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La otra cara de la moneda… De fantasmas y muertos. El rostro de la necropolítica




Por Fátima García

Una sociedad se define no solo por su actitud ante el futuro sino frente al pasado. Aunque los mexicanos estamos preocupados o, mejor dicho: obsesionados con nuestro pasado, tal pareciera que no tenemos una idea clara de lo que hemos sido. Y lo más grave: no queremos tenerla.

Seguimos viviendo entre el mito y la negación, hemos deificado ciertos periodos, pero se nos han olvidado otros. Nos preocupó más retirar el monumento de Cristóbal Colón, y aún seguimos anulando la guerra Cristera por ser un tema políticamente tabú y mal entendido por esa izquierda que consideraba el Siglo XX como su casa, donde el cinismo de unos, hicieron que otros perdieran su dignidad y, lo más importante, la vida. Simplemente por poner un ejemplo.

Esos olvidos, sin duda son significativos; hay una censura histórica como hay una censura psíquica, porque hay que recordar que, para el Estado, la subjetividad hay que acallarla, hay que fingir que no existe.

Nuestra historia es un texto lleno de panoramas escritos con tinta negra y otros con tinta invisible, como alguna vez lo señaló Octavio Paz, donde podemos apreciar párrafos cargados de signos de admiración seguidos por párrafos tachados que guardan en su horizonte aquellos fantasmas que persisten, confrontan y habitan en una sociedad cada vez más descreída y secularizada, sin que necesariamente lo admitamos o nos percatemos de ello.

Al hablar de fantasmas, considero pertinente abordar a dos de los más grandes: Don Quijote, el caballero desfacedor de entuertos y apostador de la vida y no de la muerte; y Sor Juana Inés de la Cruz, cuya personalidad poética no se encuentra en los elementos biográficos de sus poemas y tampoco en su estilo, sino en su belleza y estética. ¿No acaso la influencia espectral de ambos, persigue e incluso acosa a las sociedades contemporáneas?

Sin embargo, decía la tradición inglesa, en su versión más auténtica, la victoriana, que a los fantasmas hay que tenerles miedo, aunque no se crea en ellos. El fantasma no es más que un reflejo de lo viviente, con todas las paradojas que implica el mundo de los vivos con el de los muertos.

Frente a este discurso, hay que mencionar que en nuestra sociedad también existe la contraparte, pues hay quien afirma que a los muertos no hay que tenerles miedo, es a los vivos quien hay que temer. Pero si los fantasmas no existen me pregunto: ¿entonces por qué los 43 de Ayotzinapa ocuparon y ocupan todavía el lugar de resonancia fantasmática por todo el territorio nacional, si antes habían existido tantas otras masacres y tragedias? ¿qué se desbordó en la sociedad entera con la muerte y desaparición de los estudiantes? ¿por qué sus fantasmas siguen rondando en nuestro discurso? ¿por qué no se termina de elaborar el duelo? ¿por qué sigue doliendo tanto? ¿por qué?

No podemos negar que, en México, algo anda mal, terriblemente mal, pues el Estado es tanatofílico nos ha conllevado a mutar de una forma cruel a la necropolítica, pues más que proteger la vida, que se supone que es una obligación estatal, el aparato del Estado tal pareciera que ha propalado la muerte, haciéndose patente con el sin fin de muertos, viudas, viudos, huérfanos, y qué decir de los desaparecidos quienes son y serán una incógnita para la sociedad entera, pues están desaparecidos, no tienen identidad, se les ha arrancado, simplemente no están, ni muertos ni vivos, solo eso, desaparecidos.

Sí, México desde hace mucho tiempo, también es una tumba de cuerpos ausentes y muertos en vida, la violencia nos ha transformado ominosamente porque tal pareciera que las condiciones de reproducción social del poder pretenden que no se afiance ninguna memoria.

Por eso el interés gubernamental de que seamos puro olvido, cenizas o números más, ligándonos de esa manera a aquellos fantasmas de los que ya nadie se acuerda o ya nadie quiere hablar, pero que deambulan, resuenan desde el silencio y, de vez en cuando, retornan del más allá, exigiendo la justicia que tal vez nunca llegará.

Y como decía Hamlet “Los tiempos están desquiciados, y… ¿será que nosotros también?”




COMENTARIO DEL DIA.

Dos semanas han pasado y aun no hay responsables del accidente de la lineá 12 del metro, al parecer no hay ni habrá culpables de una tragedia que marca la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, que con un ¡Al carajo! dio carpetazo al asunto.

Quedan en la memoria 26 muertos y mas de 80 heridos que jamás olvidaran esta pesadilla dejando en claro que en la 4T también hay protección a los aliados y se pasa por alto la negligencia, cueste las vidas que cuesten.

¡Pero el PRI robo más!

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